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viernes, 8 de septiembre de 2017

LA LIEBRE EN LA LUNA 1 Víctor Giménez Morote





1. Ésta es una bella historia que figura entre los Jataka. Los Jataka son narraciomes con un trasfondo moral que explican las vidas y los hechos que llevaron al nacimiento y a la iluminación de Buddha. Él mismo en un sermón (sutra) explicó hasta de sus vidas previas.

Hace mucho tiempo, cuando los animales podían hablar, vivían en un bosque cuatro sabias criaturas: una liebre, un chacal, una nutria y un mono.
Eran muy buenos amigos y cada noche se reunían en un claro del bosque para hablar de los sucesos del día, darse consejos y tomar buenas resoluciones. La liebre era la más noble y sabia de los cuatro. Ella creía en la superioridad de los hombres y las mujeres y a menudo les contaba a sus amigos historias sobre la bondad y la sabiduría de los seres humanos.
Una noche, cuando la luna apareció en el cielo -en esos tiempos la cara de la luna aparecía clara y sin marcas- la liebre la miró detenidamente y dijo:
-He observado que los buenos hombres realizan un ayuno a mitadde mes y mañana les toca hacerlo. No comerán nada hasta la puesta del sol y durante el día entregarán limosnas a cualquiera, mendigo u hombre santo, que se las pida. Debemos comprometernos a hacer lo mismo. De esa manera estaremos un poco más próximos a los hombres en dignidad y sabiduría.
Los demás asintieron y después siguieron sus propios caminos.
Al día siguiente la nutria se despertó, se desperezó y se preparaba para tomar su desayuno cuando recordó el voto que había tomado con sus amigos.
«Si cumplo mi palabra», pensó, «pasaré la noche hambrienta. Seguro que si como abundantemente, una sola vez, cumpliré con el ayuno».
Así que se fue hacia el río.
Esa mañana temprano, un pescador había capturado un gran pez y lo había dejado sobre la arena pensando en volver a buscarlo más tarde.
La nutria lo olió desde lejos.
«¡Qué suerte!», se dijo; «puesto que hoy es un día sagrado, puedo llevármelo». A continuación gritó:
-¿Es de alguien este pez?
Como nadie contestó, la nutria se llevó el pez a su casa y lo preparó para su cena. A continuación cerró su puerta y se acostó todo el día, sin que ni mendigos ni hombres santos la molestaran con peticiones de limosnas.
Tanto el chacal como el mono actuaron de forma parecida cuando se levantaron por la mañana. Recordaron su voto, pero fueron en busca de algo que comer para la noche. El chacal encontró algo de comida pasada en su patio trasero.
«¡Ah, la comida mejora con el tiempo!», pensó, y la metió en su casa para la comida nocturna. Y el mono se encaramó a un árbol de mangos y cogió una rama llena de frutos. Al igual que la nutria, decidió dormir todo el día.
La liebre se levantó temprano. Una vez que hubo limpiado sus largas orejas, salió de su madriguera y olisqueó la dulce y húmeda hierba.
«Cuando llegue la noche», pensó, «aquí tendré la hierba. Pero, ¿qué - daré si un mendigo o un hombre santo me piden limosna? No puedo ofrecerles hierba y no tengo nada para darles. Sólo puedo ofrecerme yo misma. A muchos hombres les encanta la carne de liebre. Debemos de tener buen sabor».
Y, complacida con esta solución al problema, salió a dar un paseo.
Ahora bien, el dios Sakka,2 que estaba descansando en una cerca de allí, oyó lo que la liebre decía.

2. Sakka es uno de los dioses del paraíso brahmánico. Fue uno de los que mandaron a Buddha a dar enseñanzas a los hombres. También fue uno de los primeros Conversos, de su paraíso, a la nueva religión.

-Debería ir a ponerla a prueba -dijo el dios-. Seguramente no hay ninguna liebre que sea tan noble y generosa.
Al atardecer, el dios Sakka descendió de su nube tomando la forma de un viejo peregrino y se sentó cerca de la madriguera de la liebre. Cuando el animal volvía hacia su casa, el dios dijo:
-¡Buenas noches, pequeña liebre! ¿Puedes darme algo para comer? He ayunado todo el día y estoy tan hambriento que no puedo rezar.
La liebre, recordando su voto, dijo:
-¿Es cierto que a los hombres os gusta la carne de la liebre?
-¡Muchísimo! -dijo el peregrino.
-En ese caso -dijo la liebre-, ya que no tengo otra cosa que ofrecerte, puedes hacerte una comida conmigo.
-Pero yo soy un hombre santo, hoy es un día santo y no puedo matar a ninguna criatura viva con mis manos.
-Recoge, pues, algunas ramas secas y enciéndelas. Me meteré en las llamas yo misma y cuando esté asada, podrás comerme.
El dios Sakka se maravilló ante estas palabras, pero no estaba convencido del todo, así que hizo una hoguera. La liebre, sin ninguna vacilación, saltó a las llamas.
-¿Qué pasa aquí? -dijo la liebre al cabo de un rato-. El fuego me rodea pero ni un solo pelo de mi cuerpo se quema. De hecho ¡estoy teniendo frío!
En cuanto la liebre hubo hablado, el fuego se apagó y se encontró sentada sobre la fría hierba. En lugar del anciano peregrino, ante ella estaba el dios Sakka con todo su esplendor.
-Soy el dios Sakka, pequeña liebre. He oído tu voto y he querido comprobar tu sinceridad. Tal generosidad debe ser recompensada con la inmortalidad. Todo el mundo debe conocerla.
El dios Sakka estiró sus manos hacia la montaña y cogió parte del jugo que corre por sus venas. Luego lo llevó hasta la luna, que acababa de aparecer, y la figura de la liebre se dibujó mágicamente sobre la superficie de la luna.
Entonces, dejando a la liebre sobre un lecho de dulce hierba, el dios dijo:
-Desde ahora y para siempre, pequeña liebre, serás vista en lo alto cuando la luna salga sobre el mundo, para que los hombres recuerden esta verdad: da a los demás y los dioses te darán a ti.

FIN

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